Saben ustedes una cosa? El pasado mes de octubre una servidora ha realizado su primer viaje a Asia, en concreto al sudeste asiático, a Birmania. Ha sido una experiencia reveladora que ha cambiado mi forma de ver la vida y a los demás y blablablabla. No, no he alcanzado el nirvana y ahora no visto con ropa étnica de ésa que venden en la Khao San Road de Bangkok ni me he hecho un tatuaje en un momento de revelación mística, pero lo cierto es que he aprendido muchas cosas. He visto, oído, saboreado y respirado un mundo completamente diferente que está tan sólo a 16 horas de avión y una conexión wifi de mi casa. Y da vértigo.
- Ya en el aeropuerto de París donde hicimos escala (viajamos con Air France) eres consciente de las diferencias que separan Asia de Europa. Ustedes creían, como yo, que los monjes budistas son un dechado de virtudes y de rechazo a lo material, verdad? Sí, hasta que vez a uno con un móvil de esos que parece que va a dominar el mundo y fumando como un carretero en una minúscula sala de fumadores (Sí, soy una cateta, a quién voy a engañar).
- Lo primero que aprendes cuando llegas al aeropuerto de Yangón es que Birmania está sucio, roto y es un
putocaos: el tráfico es un deporte de riesgo en unas calzadas que dejan bastante que desear, en el que las aceras son simples cunetas en las que se amontonan basuras, gente y puestos sin ningún control sanitario en los que se vende comida, al lado de la carretera, en medio de la nada. Y lo mejor es que están todos siempre llenos de personas atiborrándose. ¿De cónde coño han salido si estamos en una carretera perdida de la mano de Buda con todo lleno de coches pitando y haciendo unas pirulas que dejarían pálida a la Guardia Civil? Cuando empiezas a ver edificios el caos se multiplica por mil entre esos edificios abandonados, sucios, con las fachadas llenas de musgo y de antenas parabólicas. Y tu mente europea y acostumbrada al orden empieza a pensar «qué pinto yo aquí? Me voy a pasar 19 días metida aquí? Pero cómo pude pensar que esto me iba a gustar?» Y no puedes evitar que las quejas de tu cabeza se diluyan en la ilusión por el viaje y las 24 horas que llevas sin dormir. - Lo segundo que aprendes en Yangón es que cruzar la calle es una risa. Risa nerviosa ante la cercanía de la muerte. Si no te mata un coche cruzando la calle (los pasos de peatones son los Reyes Magos en esta ciudad), morirás despeñada descolgándote de una acera que está a metro y medio de altura (o a 40 centímetros) o intoxicada por haber metido el pie en una acequia a nivel de suelo que supuestamente es el sistema de alcantarillado de la ciudad. En teoría la acequia esta tapada por arquetas de hormigón pero JA!
- Lo tercero que aprendes es que Birmania huele mal, a basura y a algo en descomposición. Y aún no has llegado al hotel.
- Lo quinto que aprendes es que los estándares de calidad hotelera no se corresponden a los europeos. Un hotel decente en Yangón no llega a lo que nosotros llamaríamos pensión o fonda, al menos en esa recepción llena de señores esperando a algo (no son huéspedes, son gente que está ahí) y con unos recepcionistas que saben el mismo inglés que la mayoría de políticos españoles. Pero espera, que nos suben las mochilas a la habitación!
- Una cosa que aprendes al llegar a tu habitación del hotel es que está limpia (estándares birmanos), cuidada y que en el baño no hay bañera sino una pera en una pared, tooodo el cuarto de baño es una inmensa ducha. Y que en lugar de papel higiénico, al lado del váter hay una mini ducha para limpiarte. Menos mal que hemos traído un rollo de papel en la maleta…
- Como ya has aprendido que tu vida peligra en la calle, cuando sales del hotel para el segundo contacto con la ciudad vas con mil ojos para que no te atropellen, para no caer en una alcantarilla, para que no te muerda uno de los miles de perros callejeros que deambulan por la ciudad. Y aprendes que moverse por allí es difícil porque Yangón está lleno de gente,de basura, de puestos y de lugares que no inspiran mucha confianza. Aprendes que Yangón es agotador.
- Y unos cientos de metros más allá aprendes que en Yangón hay increíbles remansos de paz: el Maha Bandula Park es una pradera verde rodeada pero sorprendente aislada del caos circundante, llena por supuesto de gente paseando, sentada en el césped comiendo algo de alguno de los puestos que hay en la calle de alrededor… La Sule Paya sigue el mismo concepto: si dentro de las rotondas de Guadalajara hay huertos y en las de Toledo hay patos,dentro de las rotondas de Yangón hay pagodas, templos (llenos también de gente) en los que la calma y el silencio se ven sólo rotos por la oración de un monje a todo volumen por megafonía. Y por algún oportunista que nos sacó 30.000 kyat (se dice chat)después de enseñarnos cómo rezar en un templo budista birmano. En tu primera pagoda también te dejas una pequeña parte de tu concepto de higiene occidental: hay que entrar siempre con los pies desnudos (y las rodillas y los hombros tapados)
- Caminando por la ciudad aprendes que Yangón es una ciudad cosmopolita y abierta a todas las culturas: Chinatown e Indiantown, templos taoistas, hinduistas, mezquitas, iglesias católicas y cristianas armenias.
- En tu primer bar birmano aprendes que la cerveza local es barata y la venden en botellas de 650 ml. Y aprendes también que las mujeres no frecuentan los bares. ninguna mujer.
- En tu primer mercado aprendes muchas cosas: no pretendas que tus pies estén limpios en ningún momento del viaje, no pretendas que la carne fresca que está a la venta no tenga moscas, no pretendas no chocar con al menos mil personas en diez metros. También aprendes que los birmanos comen todo tipo de carne, pescado y verduras aunque provenga de un puesto en el suelo en el que lo único que separe el pollo del asfalto más que sucio sea una hoja de palma. Y que gran parte del mal olor de la ciudad proviene de dos alimentos: el ngapi (lo acabo de buscar en Internet porque no pensaba que algo tan asqueroso tuviera siquiera nombre), una pasta de gamba fermentada que huele a eso, a animal muerto fermentado y que parece ser la base de muchas comidas birmanas; el durian, esa fruta exótica tan deliciosa (dicen) que huele a algo en descomposición, tanto que está prohibido subir al avión con ella y si la facturas tienes que advertir que llevas durian en la maleta. Y lo mejor es que tooooooodo está lleno de puestos de durian. Una delicia para los sentidos.
- Después la explosión de sensaciones del mercado, cenar en un vietnamita con paredes y mesas normales y volver al hotel en taxi porque las guías dicen que de noche los perros callejeros son peligrosos, aprendes que el ser humano es capaz de estar despierto más de 30 horas y que acostarse a las ocho de la tarde (hora local) no es tan mala idea. Y te das cuenta de que si el primer día de viaje ha sido así, cómo será el resto. Y da vértigo.